Esta debería haber sido una misiva relacionada con lo contentos que estamos de ver a nuestra bebé nacer. Debería haber sido un surgir de palabras de alabanzas y positivismo. Una mirada al futuro con una sonrisa de esas que solo te provoca un gran amor.
Quizás deberíamos ponernos de rodillas ante la valentía de todos aquellos que forman y han formado parte del SPEAK UP. Quizás incluso hasta un aplauso metafórico resonando en el eco de la inmensidad. Puede ser.
Pero no podemos callarnos.
Si esto se trata de ser sinceros y honestos desde el principio, la película cambia. Folie siempre fue un proyecto en ciernes, una posibilidad. La inseguridad del lanzamiento de un nuevo medio en tiempos de post pandemia pesaba sobre unos hombros cansados de luchar. Entre colaboraciones freelance luchaba por volver a hacerme un hueco en esta industria de egos e hipocresía. Hasta que uno de estos me dio la oportunidad de hacer un reportaje sobre los abusos sexuales masculinos.
El tema no me era desconocido, lo llevaba tatuado en mi piel sin saberlo, pero hasta que no me adentre en las entrañas y podredumbre, no entendí la desgracia y el significado de este problema sistemático. Lloré cuando los relatos se volvían más crudos y grité al viento porque nadie quería escuchar. Tanto es así que las noches se hicieron largas y las pesadillas muy comunes. Ya nada volvió a ser como antes. Los abusos sexuales masculinos se habían convertido en mi kriptonita. Aunque sin ser un Superman de capa caída quise ser el altavoz de los verdaderos héroes de la historia.
No creo que las personas que me encargaron este desafío entendiesen el significado ni la gravedad del asunto. Para ellos, la consigna era clara: Averiguar el porqué del silencio en los medios a este mal social. Y lo descubrí.
No es que sea un ser locuaz, ni tan siquiera considero que sea muy avispado. Ahí está siempre el error. La inocencia y la ingenuidad de las que a veces hago gala me impedía llegar al trasfondo de cómo están estructurados los medios de comunicación y, en definitiva, la vida.
Que el poder corrompe y que las altas esferas de vidrio existen era algo con lo que ya había lidiado anteriormente. Lo que jamás había sufrido en mis carnes era un veto. Mi libertad de expresión y la de las víctimas fue censurada. No quiero ser esa persona que señala con un dedo acusador a la revista en particular, porque va más allá del director o subdirectora de turno. Va en la silla presidencial de una compañía multinacional. No es que pierda valentía, es que esta historia no va sobre un caso aislado, va sobre una realidad.
Cronológicamente se sucedieron un par de meses en los que mi máxima era “malvender” un reportaje de lágrimas, sangre y corazones entregados. ¿Cuál fue mi sorpresa? Simple. Periódicos de tirada nacional, cabeceras de renombre, mandamases y demás gigantes de la comunicación tenían claro que era un tema del que había que hablar, pero ellos no eran los indicados. Nadie quiso SPEAK UP. Ese silencio que envolvía a la sociedad, que protegía a los depredadores sexuales con poder y que amordazaba a las víctimas. Ese silencio había vuelto a aparecer y mi ingenuidad dejó de ser.
Tras pensar y repensar la toma de decisiones me di cuenta de que no podía exigir un valor a aquellos que tienen esposas en las muñecas y sogas sobre un cuello ya torcido. Folie iba a ser la voz de los incomprendidos, de las víctimas, del reclamo social y la voz que jamás será silenciada.
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