"Da igual si un día te levantas hetero, otro gay y otro pansexual. Todos los escenarios posibles en una persona son válidos. Al final del día, todos nos acostamos con quien nos da la gana"
Sam Ratelle es un arquitecto de historias; historias que cuenta a través de la moda y la libertad que presume en todo ser humano de hacer “lo que le dé la gana en cada momento”. Estilista del veterano de Broadway Billy Porter -protagonista de la serie de Netflix Pose, que ahonda en la cultura ‘queer’ de los años 80 y 90 del siglo pasado-, está transformando el discurso estético de Hollywood, una industria hasta hace un par de años impermeable a un cambio de paradigma en cuanto a inclusión se refiere.
Son las seis de la tarde en Manhattan (Nueva York) cuando aparece Sam Ratelle al otro lado de la pantalla. La aparente serenidad en sus ojos haría pensar que el drama que exhibe sobre sus clientes no es más que la proyección de su alter ego. Pero ya sabemos, las apariencias engañan. A lo largo de la conversación se hace visible su pasión por la vida, por la moda y por cambiar el discurso de una sociedad que nos educa ‘encerrados’. “Me crié en una familia muy religiosa, sin acceso a revistas, películas, ni la posibilidad de vestirme con libertad. En mi casa todo estaba controlado por la fe”. Una situación familiar que a largo plazo lo llevaría a querer destruir las construcciones sociales acerca del género. “¿Masculino o femenino? ¿Gay o hetero? ¿A quién le importa?, dice torciendo la sonrisa.
Las etiquetas son para las cosas (no para las personas)
En 2018 Ratelle conoce al actor y cantante Billy Porter, una de las voces más comprometidas en visibilizar a la comunidad queer y capaz de entrar en la Gala MET sobre una carroza egipcia y desplegando unas alas de dos metros, o a los Oscars enfundado en un esmoquin-vestido. “Cuando Billy me dijo que quería un híbrido entre esmoquin y vestido para la gala, yo pensé: ‘¿Por qué no?’ Y así se hizo.” Un exquisito Christian Siriano hecho a medida desfiló por la alfombra roja ante la fascinación de periodistas y fotógrafos. Aun así, no es fácil que una gran firma confeccione una prenda de mujer para que la lleve un hombre. De hecho, se sorprenden al preguntar si es posible, porque siempre un cliente fiel pesará más que un gran nombre de Broadway preparado para llevar un vestido de vuelo. Pero la historia está cambiando. “Ahora los chicos enseñan el estómago y escogen tacones en vez de oxfords o deportivas. ¡Bravo por ellos! La moda es otra forma de ser convincente en la vida”, declara Sam. “Cuando estás ahí arriba -en la alfombra roja-, tu trabajo es ser un modelo. Tiene que haber un matrimonio entre lo que te pones y quién eres. Se invierten millones de dólares en vestir a las estrellas; es tu trabajo saber si hoy quieres ser Chanel, McQueen, Ann Demeulemeester o Rick Owens”.
Ratelle se autodefine como una persona obsesiva y extrema. Lo quiere todo, ya mismo. Busca la exageración y la saturación de forma intencionada. Los vestidos, medias de rejilla o capas de satén que elige junto a Porter son una respuesta política al hecho de que se nos mete y se nos saca de las cajitas del género allá por donde vamos. “Desde el momento que nos vestimos, hasta el uso que hacemos de los baños, todo está segregado. Cuanto más se vea la aceptación en el cine, la televisión o la música, más poderosa será la comunidad LGTBI”. El estilista aprendió con el tiempo que hay un lugar y un momento para todo, probablemente de su convivencia con un minimalista empedernido, su colega y marido desde hace cinco años Ryan Ratelle. “La moda es totalmente contextual. Si hay que llevar esmoquin, hazte uno para toda la vida. Si hay que disfrazarse, vuélvete loco con el disfraz… Al final, vendes lo que eres en cada momento”.
Porter y Ratelle son dos soñadores, con gran visión de futuro y ganas de explorar todos los escenarios que un ser humano puede ofrecer. La estela de proyectos en los que Billy Porter ha dado voz a aquellos que no la tienen abarca desde Kinky Boots, el musical que cuenta la historia de un joven que encuentra en el cabaret su refugio y futuro profesional, hasta Pose, la serie basada en la cultura del ballroom neoyorquino y en cómo la comunidad queer lucha por ser aceptada en sus familias biológicas y en el seno de la iglesia católica.
Descifrando el lenguaje de la inclusión
La alfombra roja es para Ratelle un escenario en el que celebra la abundancia y la diversidad. “Colores como el rosa, las faldas o los vestidos siempre han sido ‘demasiado gay’ para que los vista un chico. Ahora lo ves en todos los desfiles. En la era georgiana los hombres llevaban peluca, capas y tacones. Siempre ha estado ahí, pero el patriarcado y la misoginia nos obligan a encajar en un molde”. Porter y Ratelle utilizan la moda para reflexionar sobre la identidad queer, aquella que las altas esferas han empezado hace relativamente poco a integrar en las historias que deciden contar. Literalmente, ponen en la cara de “los que contratan” que un protagonista de una película de Marvel puede también querer llevar falda. “La ropa es solo eso, ropa. El problema es que la estética que ha rodeado a la mujer a lo largo de la historia es ‘desagradable’. Un hombre llevando vestido es ‘desagradable’. La masculinidad siempre ha estado por encima. Si un hombre se pone un vestido, ¿se convierte en un hada y tenemos que juzgarlo? Jesucristo llevaba vestido”, dice sosteniendo la mirada. “Y pelo largo”.
Tras dos años trabajando juntos, Porter y Ratelle se sienten afortunados por poder asistir a esas maravillosas galas, llenas de flashes que no dejan de saltar cuando la estrella de Pose aparece regio sobre la alfombra roja. Mientras, el estilista se mueve entre los telones para asegurarse de que nada se sale de su sitio. Juntos exploran y ponen cara -la de Porter- a la fluidez de género, a pesar de que, para algunos, la figura del actor resulte algo incómoda. “¿A cuántos hombres de Hollywood ves por la calle paseando con una mujer transexual?”, me pregunta arqueando las cejas. Sin esperar a mi respuesta, gesticula un cero con la mano. “No los ves. En Hollywood hay muchos hombres que les fascinan las mujeres transexuales por su belleza o sex appeal, pero no los verás con ellas por la calle. Nos tendríamos que sentir mucho más a salvo para que eso sucediese”.
Estirar la mente y el alma
Además de la moda, Billy Porter y Sam Ratelle conectan a través de la música. Su pasión por el gospel, el R&B y el teatro musical les da un canal para elevar a oídos de todo el mundo historias que necesitan ser contadas. “La música es sanadora, es un lenguaje universal, como bailar o escribir canciones. Si no hago música, el resto de mi vida no funciona.” El hondureño ha escrito y dirige desde hace dos años A new city, un musical en el que relata su vida; una vida en la que ha pasado por Tegucigalpa -su ciudad natal-, Houston y Miami para acabar en Nueva York.
La habilidad para generar espectáculo y expectativa han llevado a Sam Ratelle a convertirse en un director de orquesta que moldea nuevas formas de pensar y de ser. La moda ha estado desde siempre íntimamente ligada con la identidad, ya sea para articularla o para restringirla, sobre todo en la cultura queer, que existe desde hace generaciones; pero es realmente ahora cuando el sentimiento colectivo quiere celebrarla exenta de limitaciones y etiquetas. “Hay un aspecto de la moda que queramos o no, siempre está en nuestra vida. Si no puedes controlar lo que dicen los demás, ¿por qué no enseñarles lo que tú quieres que vean? Da igual si un día te levantas hetero, otro gay y otro pansexual. Todos los escenarios posibles en una persona son válidos. Al final del día, todos nos acostamos con quien nos da la gana”.
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