El símbolo de sexualidad y hedonismo que ha arrasado en pasarelas de todo el mundo es el eterno básico atemporal que hace las mieles y delicias hasta del menos ducho en la materia de la aguja y el dedal.
En palabras de André Leon Talley, comisario y organizador de la muestra dedicada al LBD en 2012, el Little Black Dress “es el zenit de la elegancia en el armario de cualquier mujer”. Por eso mismo creadores de arte desde Coco Chanel a Riccardo Tisci, han querido reinterpretar su propia visión del LBD. Una historia que data de más de un siglo. Allá por 1926, la revista Vogue hizo una ilustración en la que se mostraba un vestido negro de manga larga que llegaba hasta las rodillas. Un LBD que ahora sería considerado conservador y propio de una persona recatada, pero que en el momento encarnaba el liberalismo de los locos años 20. Ponía en solfa todo lo que se había visto hasta entonces sin perder un ápice de la impecable elegancia que hacia gala.
En las décadas posteriores, ha seguido eclipsando a las tendencias latentes. Pero si hay uno que estará por siempre en los libros de historia será ese que estuvo en pantalla grande de la mano de Audrey Hepburn en Desayuno con diamantes. La gran obra maestra de Hubert de Givenchy será replicada hasta la saciedad, pero sin tanto acierto.
Algunos podrán decir que el arte de Givenchy solo puede ser igualado al icónico Christina Stambolian que lució la Princesa Diana en junio de 1994 cuando acudió a una cena en la Serpentine Gallery. La misma noche en que se emitió la entrevista televisiva en la que el Príncipe Carlos admitió su affair extramatrimonial. De ahí que haya sido apodado como el vestido de la venganza. Aunque no hubo ningún plato frío por medio.
Y es que 1994 fue su año. Una Elizabeth Hurley en plena cresta de la ola posaba irreverente en un Versace junto el sex icon de la época, Hugh Grant. Siendo la década dorada de este vestido llamado al éxito con las versiones lenceras de Calvin Klein o el vendaje de Hervé Léger. Victoria Beckham, Sarah Jessica Parker o Kate Moss son algunas de sus amantes más fieles.
Casi un siglo después de la ola intelectual de Coco Chanel, el LBD pretende adueñarse otra vez de las calles, de las alfombras rojas y de toda pasarela urbana que se precie.
Una cosa está clara: La delicadeza atemporal que envuelve la transgresión del vestido negro va a resonar con fuerza.
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