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  • Foto del escritorPaula Polizzotto

Schiaparelli & Roseberry: la nueva era de la alta costura

Volúmenes, teatralidad y fetichización de la moda. Analizamos las claves del éxito de la casa Schiaparelli, que vive desde 2019 su época dorada.


Colección Matador Couture FW 2021-22. Foto: Schiaparelli.



Si existen dos mundos a primera vista imposibles de nutrirse artísticamente el uno al otro, esos son el estado de Texas en Estados Unidos y una casa de alta costura espejo de rupturismo y vanguardia. Pero la moda todo lo puede, y así ha unido a la maison Schiaparelli con el ingenio y talento de Daniel Roseberry, su director creativo, para revivir con entusiasmo la visión de una diseñadora adelantada a su época.


Pionera en realizar colaboraciones con las grandes mentes del arte como Dalí, Man Ray o Marcel Duchamp, Elsa Schiaparelli introdujo en los locos años 20 el sentido de la fantasía, la irreverencia y la diversión. Elsa era libre, y así lo reflejó en la creación de nuevas técnicas, cortes y tejidos para desenfadar la moda de la época, como las cremalleras de colores que combinaban con las joyas o los suéters con motivos trompe-l’œil, una pieza atrevida pero exitosa fuera de las fronteras europeas, pues la llevó a vender su primera licencia a fabricantes estadounidenses a finales de la década. Fue también artífice del power suit y del vestido langosta -diseñado el animal por Dalí en 1937-, símbolo de la interconexión natural entre la moda y el arte, así como de su voluntad por desafiar las convenciones sociales y estéticas.


UN LEGADO INFINITO


Tras cerrar sus puertas en 1954, el legado Schiaparelli permaneció intacto hasta 2014, cuando se lanzó la primera colección ocho años después de ser comprada por Diego Della Valle, presidente de Tod’s. Unos códigos y una herencia difíciles de mantener, y que ha concedido a Daniel Roseberry el permiso de soñar. Nativo de la conservadora ciudad de Plano, en Texas, la alta costura es para él un placer íntimo; a través de ella juega, experimenta y da vida a las prendas. Literalmente. Es responsable de haber devuelto a la casa parisina las alfombras rojas, las portadas de revista y, al igual que la propia modista en sus tiempos, el poder de subversión a través de la belleza. Incluso un trocito de historia lleva la etiqueta Schiaparelli, tras vestir Lady Gaga uno de sus vestidos en el acto inaugural de Joe Biden como presidente de Estados Unidos. Okey, no es una colaboración con Dalí, pero Beyoncé en los Grammy de este año o Cardy B anunciando su embarazo envuelta en joyas de la casa dan prueba de que Schiaparelli sigue construyendo parte de la cultura popular un siglo después del nacimiento de la casa.

Colección Matador Couture FW 2021-22. Fotos: Schiaparelli.



EL EXCESO COMO MEDIDA


Roseberry no se rige por los cánones tradicionales de la industria. Gracias a ello ha integrado en el 21 de la Place Vendôme un discurso valiente sobre la costura, pues su contexto personal define parte de los códigos por los que sus diseños son tan celebrados. Criado en una familia religiosa, su padre y su hermano son sacerdotes, pero él no encontró en la Iglesia la llamada divina. Y gracias Dios, porque su historia ha de ser contada a través del hilo y la aguja. De esta forma, se percibe en sus creaciones una vinculación a la estética eclesiástica en el protagonismo del volumen, de las flores o del uso del negro como símbolo de solemnidad. En su colección de costura para este otoño, Matador Couture, las técnicas de bordado están inspiradas en los archivos de la casa, las mangas y las faldas parecen florecer del cuerpo y distintos elementos de la anatomía humana bañados en oro se adhieren a los tejidos. La influencia de Manet, Ingres y la saturación del color acaban de dar forma a una selección de piezas que entronizan a la mujer a través de la tridimensionalidad.


Colección Matador Couture FW 2021-22. Foto: Schiaparelli.

EL ARTE DEL MISTERIO


El reto de mantener vivo el legado Schiaparelli consiste en que sus prendas tenían un atractivo intelectual. Desde que tomara las riendas de la maison hace dos años, Roseberry ofrece a la industria una alta costura alternativa -las clientas que desean un vestido de falda redonda y mucho tul ya saben a quién acudir- con referencias a Christian Lacroix, Saint Laurent o el Lagerfeld de los 90. Su formación previa junto a Thom Browne durante diez años lo forjó en una visión arquitectónica de la moda, próxima a los principios de la costura. Se abrió así la veda para que aquel Roseberry que un día creyó que su futuro estaba en un seminario de sacerdotes -estuvo inscrito antes de decidirse a estudiar en el FIT de Nueva York- trasladara a los talleres parisinos el sentido del juego y la libertad como máximas de trabajo. Sus creaciones son misterio, desde la minuciosidad del detalle hasta el surrealismo de sus cortes.


Un nivel de creatividad el de Roseberry que requiere tener una dirección clara; en su caso, que todas las piezas sean susceptibles de estar expuestas en un museo o presentes en la portada de una revista. Quizás sea ese el secreto de su éxito, construir para un cliente discreto una costura que trascienda en el tiempo. Roseberry y Schiaparelli son en 2021 dos nombres imposibles de separar, pues devuelven a la industria el poder de emoción y permanencia de un legado irrepetible.




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