Henry David Thoreau dijo una vez que “Si un hombre no marcha a igual paso que sus compañeros, puede que eso se deba a que escuche un tambor diferente. Que camine al ritmo de la música que oye, aunque sea lenta y remota”. Quizás esta referencia musical para explicar los ritmos y los tiempos del camino de la vida sea la más acertada cuando te encuentras en arenas movedizas y las sombras te atrapan. O tan solo quizás la música que resuena no se vea acompasada y sea solo ruido.
Ayer por la mañana no paraba de preguntarme por el concepto del tiempo, de la relación del “tempus fugit” en las diferentes etapas de la vida. Una idea un poco abstracta, pero que en ciertos momentos debemos rescatar.
Cuando eres un niño quieres que las manecillas del reloj vayan a la velocidad de la luz para convertirte en adolescente. Con la quincena ya cumplida vives deprisa, sin ni siquiera unos cuantos segundos para respirar, incluso ahí ansías cumplir la mayoría de edad donde la rebeldía es más legal. Con la veintena y treintena las primeras experiencias se suceden. En las décadas posteriores, la madurez y senectud, la melancolía inunda los corazones y el tempo coge un ritmo in crescendo.
Habiendo leído y vivido a partes iguales sobre toda esta concepción y sin ser un fiel de la reencarnación, he llegado a la conclusión de que la noción del tiempo es muy relativa, que no se puede vivir pendiente de un mañana lejano. El tan manido aquí y ahora tiene que ser el motor y tambor de la vida. A golpe de baqueta consigues acompasar en infinidad de ocasiones lo que venía predeterminado, otras, sin embargo, el sonido se difumina y el ruido vuelve a hacer de las suyas, un chirriar quejoso que te lleva por caminos insospechados.
Porque entendiendo llegas a un futuro en el que tal y como dijo Victor Hugo: “El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable. Para los temerosos, lo desconocido. Para los valientes es la oportunidad”. Aunque es difícil formar de este tercer grupo, grabarse a fuego estas palabras ya es un gran paso para alcanzar una meta que se preveía lejana, pero que con el “tempus fugit” es un mero parpadeo.
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