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CARTA DEL DIRECTOR: Rotos, pero fuertes

  • Foto del escritor: Pablo Aragón Blanco
    Pablo Aragón Blanco
  • 27 jun
  • 2 Min. de lectura

El mundo y la política no paran de sorprenderme. Empiezo a pensar que si algunos de los grandes precursores del progresismo de la historia levantarán la cabeza la volvían a meter más allá del núcleo terrestre.

 

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No seré yo esa persona que tenga miedo a significarse políticamente. A veces incluso creo que mi misma existencia es política de altura. No presupongan que es una lucha errante de un ego que quiere salir hasta las tantas o una persona de esas que habla de feminismo para después jugar a las muñecas con mujeres de compañía con una remuneración escasa. La más pueril hipocresía que puede tener cualquier ser humano.

 

Hablo más bien de que al haber nacido como una persona abiertamente declarada LGTBIQ+ he tenido que luchar por mis propios derechos. Y puede ser que haya muchos de los lectores no entiendan bien lo que significa.

 

Todavía recuerdo bien aquella masturbación precoz con menos de 13 años en casa de ese amigo de la infancia donde tenía un miedo atroz a ser pillada mi mirada, grabada en mi memoria está esa vergüenza autoinfligida. O también si hago esfuerzos por recordar, miro atrás, y escucho esos susurros entre los jugadores de fútbol sala de mi adolescencia en los que el “vaya palomo cojo” o “no quiere parar el balón… ¡Quiere dos buenas pelotas!” … Todo eso quedó guardado en mi existencia. Como si de un tatuaje con tinta invisible que nadie ha pedido. Y muchos aún no logran entender porque un servidor y todos aquellos que pertenecen a este colectivo nos sentimos rotos, desamparados y vulnerables. Hemos sido vapuleados socialmente, apaleados literal y metafóricamente y nos han denostado como si fueramos los apestados del lugar. Por eso mismo nos hemos tenido que significar. Hemos luchado con uñas, abanicos y arcoíris para que se nos escuche y se nos deje ser. Hemos llamado a la puerta del derecho para pedir lo mismo que el resto tiene. Hace no mucho que podemos (y sin permiso de la ultraderecha) casarnos y adoptar. Avances que sí bien parecen absurdos cuando se leen o se dicen en voz alta, se aprecian el sudor y la sangre. ¡Qué se lo digan a Samuel Luiz y su brutal asesinato!

 

Aquí estamos y seguimos, un año más ondeando (donde nos dejan) la bandera más inclusiva, la que quiere mostrar que todos somos iguales destacando las diferentes diversidades. Un año más viendo como los más retrógrados de una manada aciaga quieren instruir “terapias de reconversión”. 33 seres de oscuridad que nos quieren bien encerrados en armarios con olor a naftalina donde las polillas se ven agotadas de la escasa ventilación. Pero resistiremos contras sus envestidas, contra sus “no vamos a colgar la bandera en el ayuntamiento”, contra sus “estamos hartos de la purpurina y el arcoíris” o de sus tan manidos “es un lobby que desangra a la sociedad”.  

 

Ténganlo claro que no nos vamos a mover y que el “fuera de nuestros barrios” será silenciado. La manada de arcoíris es más fuerte y busca aliados.

 

 Y es ahí donde radica que mi propia existencia es política.

 

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