Sentada delante del ordenador, intento encontrar el principio perfecto a un tema que me resulta extraño abordar, pues hasta hace pocos días apenas era consciente de lo identificada que me sentía con él. Escribir, borrar, escribir, reestructurar. Parece que los renglones no encuentran su orden correcto. ¿Y si no lo hacen nunca? En este punto me doy cuenta: qué fácil entramos en la espiral de creernos inválidas para realizar el trabajo que tanto amamos. Un escritorio ordenado a medias te hace pensar que, a lo mejor, otro trabajo se te daría mejor, o que cualquiera de tus colegas podría sacar más párrafos en menos tiempo. Llegar a la perfección social, la impuesta, la no elegida, nos genera ansiedad y, como consecuencia, las mujeres crecemos con una tendencia a subestimar nuestros actos, esfuerzos y logros. La búsqueda de la perfección personal y profesional aleja a mujeres brillantes con ideas brillantes de alcanzar aquello que sueñan, de alzar su voz, de defender su sistema de valores por un incomprensible sentimiento de no merecer llegar.
Los escenarios en los que parece que las mujeres hemos de tener un máster para sobrevivir al siglo XXI son, básicamente, todos. Actuamos como si tuviéramos un contrato con cada uno de ellos: si no cumplimos, no estamos dando lo que se espera de nosotras. Pero, ¿quién realmente espera tanto de nosotras? ¿Acaso existe un juez universal que mira con lupa cada uno de nuestros pasos? Probablemente no. Por el simple hecho de haber nacido mujer, tenemos que asumir -y a lo largo del camino corroborar- que nos costará más esfuerzo alcanzar lo que se entiende por éxito, o que encontraremos más obstáculos que un hombre en las mismas condiciones. ¿Por qué sino para la mujer cumplir los 30 significa ‘crisis’ y los hombres pasan a ser maduritos interesantes?
Creemos que ir por la vida siendo hiperproductivas es hacer lo correcto, que llegar a todo con una sonrisa, aunque sea en detrimento de nuestra estabilidad emocional, nos dará felicidad y aprobación. Que pararnos a pensar es perder el tiempo. Crecemos en una sociedad que nos hace víctimas de nuestros propios sueños: nos culpamos por querer llegar alto, por conseguir más que el de al lado y no aceptamos que a veces, la vida es inabarcable. No nos enseñan que reconocer las propias limitaciones no es fallar, sino ponernos a nosotras por delante.
En 2020, la actriz de Sexo en Nueva York Cynthia Nixon protagonizaba Be a Lady They Said, un video para la revista Girls. Girls. Girls. en el que presentaba algunas de las formas en las que las mujeres se sienten presionadas por cumplir las ‘normas’ sociales no escritas, casi todas fomentadas por la cultura machista. En él, las contradicciones son constantes: se nos pide ser sexy, pero sin enseñar demasiado; se nos pide ser distintas al resto, pero sin llamar demasiado la atención, se demoniza la talla 38, pero “a los hombres no les gustan los sacos de huesos”.
Mientras que a los hombres se les educa para ser valientes, a nosotras se nos educa para ser perfectas. Está claro que pagamos un precio por ser mujer. Más allá de los logros que el movimiento feminista ha conseguido en las últimas décadas en el ámbito social -reducir la brecha salarial, desestigmatizar la cultura del abuso sexual u obtener mayores derechos para la comunidad LGTBI-, la hegemonía masculina en la sociedad y la comparación excesiva en las redes sociales nos siguen convenciendo de que siempre habrá algo que nos falte. ¿Qué importancia tienen entonces nuestros éxitos vitales si realmente no creemos merecerlos?
UNA REALIDAD FILTRADA
Una búsqueda rápida por cualquier red social como Instagram o Tik Tok inunda la pantalla de cuerpos esculpidos, estómagos planos y rostros sin poros. Literalmente, hoy vemos a las niñas adolescentes crecer a través de las redes sociales. Con ellas, algunos de los hashtags más populares son juegos de palabras como ‘thinspiration’ o ‘fitspiration’, el famoso thigh gap (el espacio interior entre los muslos) es una medida de belleza y el slim-thick (delgado-grueso) es un nuevo concepto por el que eres guapa si tus rasgos del rostro y tus medidas del cuerpo están compensadas -de aquí los filtros que hacen la nariz estrecha y los labios voluminosos-. Así, el mensaje que estas adolescentes reciben en todo momento es que su cuerpo no es el correcto.
En la era Instagram, la felicidad es sinónimo de likes y de followers. Así crecen las nuevas generaciones de mujeres, viendo las redes sociales como una necesidad universal. Ahora una imagen no solo se comparte; es una forma de encontrar la validación que nosotras mismas no nos damos porque crecemos comparando nuestro cuerpo, nuestra vida y nuestras relaciones con la falsa perfección que nos muestran las redes. Creamos juicios acerca de otras mujeres basándonos únicamente en una imagen y creando alrededor de ella una vida que también creemos querer para nosotras. Horas y horas haciendo observando las vidas de amigos, celebrities o influencers que parecen todo el rato recién salidos del gimnasio es la causa de que en los últimos 20 años la depresión y la ansiedad estén entre los trastornos mentales más comunes entre jóvenes de 13 a 30 años.
EL CUERPO, NUESTRO CV ANTE EL MUNDO
La enfermedad de la belleza es otra de las pandemias que afectan al siglo XXI. Desde una perspectiva científica, la belleza, además de ser deseable, es rara, difícil de encontrar. Aunque sabemos que la mayoría de las imágenes de las redes no son representativas del total de mujeres en el mundo, esto no nos aleja de nuestra lucha por alcanzar lo que creemos perfecto. Esto no significa que los hombres no busquen también un ideal de belleza; sí que lo hacen, pero es a nosotras a las que nos educan para no apreciar nuestro cuerpo, para gastar más tiempo y más dinero en cubrirlo con ropa y maquillaje y para distorsionar su percepción después de horas de scrolling sentadas en el sofá. Todo esto para luego tener diez veces más posibilidades que ellos de sufrir anorexia o bulimia, recibir comentarios sobre nuestro aspecto en las redes sociales o no poder volver tranquilas a casa después de una noche de fiesta.
¿Nos están haciendo las redes sociales más infelices? ¿Cómo hemos llegado a un punto como sociedad donde las mujeres gastamos tanto tiempo y energía queriendo transformar nuestra realidad y nuestro físico para asemejarlos a los de personas que ni siquiera conocemos? Todo ello porque creemos que para ser felices necesitamos la validación de nuestros amigos, nuestras parejas, o peor aún, la de simples extraños. ¿Qué nos pasa a las mujeres después de lidiar durante años con la presión de cumplir con todos los requisitos que la sociedad nos impone desde pequeñas?
Puede que lo que realmente queramos como mujeres sea aparcar lo establecido y coger otros caminos que no nos conduzcan a la perfección pero sí a la felicidad. De momento, el Sr. Instagram parece decidido a no dejar que eso suceda. Me pregunto si es posible, por tanto, esquivar comportamientos autodestructivos como la comparación, aunque la sociedad continúe siendo la que es. Personalmente creo que sí; a largo plazo, con más educación emocional; a corto, con terapia. La suma de ambas ha de ser que el sentimiento de ser mujer sea de libertad y no de duda. El hecho de que tengamos el potencial para alcanzar el éxito en muchos de nuestros escenarios vitales no implica que tengamos que hacerlo, o que la idea de perfección impuesta por la sociedad sea la deseable para cada una de nosotras. Las mujeres somos más que nuestras circunstancias, aunque a veces el mundo parezca olvidarlo.
Comments