Siempre me he planteado el significado de ser un icono. Desde que vi por primera vez a Madonna o a Michael Jackson lo entendí. No sabía muy bien qué era, pero había una electricidad inherente que me llevaba a no poder dejar de mirar.

Una atenta mirada que se perdía en ese halo de luz que solo tienen los grandes elegidos, aquellos que han sido tocados por una varita o ungidos en aceite. Parece que andan dos palmos por encima del suelo llevados en volandas a cada rincón del planeta para ser admirados. ¿Un pictograma en 3D que debe ser beatificado? Puede ser.
Pero no es el brilli brilli, ni los vestidos de alta costura, ni tan siquiera las largas horas de peluquería y maquillaje los que realzan una figura. No son los focos ni los flashes, son las imágenes que proyectan con la palabra y sin decir nada.
¿Podríamos imaginarnos a Coco Chanel, Yves Saint Laurent o Marylin Monroe sin sus más que míticas frases sobre la existencia humana? ¿estas los alzaron a la categoría de iconos? ¿fue sus personajes o la persona tras la capa superficial que lo envuelve? En mi más que humilde y probablemente inexperta opinión creo que es el cómputo de la idealización romántica del personaje que se ha visto curtido por la magnificencia de la persona. Un talento presente y una personalidad latente que se juntan para conformar esta palabra que usamos hasta la saciedad: ICONO.
Y no me he parado de preguntar estos días si no nos estamos acostumbrando a elevar a las alturas a muchos sin hacer una criba previa. También me pregunto si esta categoría es bien aceptada por los pertenecientes a este exclusivo grupo de favoriti. Desde luego, yo le colgué este San Benito a una de las actrices españolas que mejor ha sabido exportar la marca España y Paz Vega rehusó con una elegancia característica de este término. Para ella, era situarla en una situación de grandeza donde no se veía. Creo que es justo eso lo que alzaba su cuerpo a ese olimpo donde pocos son los que logran pasar. He ahí la clave… Un icono nunca dirá que es un icono, lo es y punto.
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