¿Hasta dónde llega la libertad? ¿el fenómeno fan puede destruir personas? ¿cuáles son los límites? ¿el acoso a través de una pantalla debería estar mejor controlado? ¿conocemos el daño que podemos hacer con la palabra ya sea escrita o a viva voz?
Estas y otras preguntas se me agolpan en el cerebelo intentando dar sentido y respuesta a alguna de ellas. No lo consigo. Y me sorprendo aún más cuando veo la última noticia que me sacude y me agita a partes iguales. Una salida del armario forzosa. Es una bofetada sin mano que pone de manifiesto todo lo que está mal en la tierra que habitamos.
Kit Connor, actor nominado al premio Emmy por su participación en la tan necesaria “Hearstopper” de Netflix, interpreta en esta a un chico bisexual que se enamora del protagonista. Su primera temporada fue un éxito de masas y mostró la realidad de miles de personas. Tal fue su difusión y alcance que todo el reparto de la serie consiguió acaparar las miradas e incluso el Pride de Londres contó con su presencia con el fin de dotar de mayor visibilidad al colectivo LGTBIQ+. Pero cada una de las declaraciones de los protagonistas azuzaban aún más al populacho enfurecido que ansiaba conocer sus intimidades detrás de las cámaras. Y el que se llevó una gran parte de este dedo acusador fue Kit Connor. Ahora, tras meses de especulaciones digitales sobre su orientación sexual y acusado de hacer queerbating (práctica de aprovecharse de ser percibido como miembro de la comunidad LGTBIQ+ cuando en realidad uno no lo es), Connor ha decidido hablar alto y claro para decir que es bisexual. Lo ha hecho forzado por el acoso al que se ha visto sometido. Un fustigamiento social a un adolescente de 18 años. Una exigencia plural de la revelación de lo que hay entre sus sabanas.
No es la primera vez que ocurre. Quizás pasé aún más de lo que creemos. No paro de preguntar en todas mis entrevistas sobre el poder de las redes sociales, de los haters y de los comentarios que hacen estos. Las respuestas no paran de sorprenderme. ¿Qué tienen los dedos y las mentes de esta sociedad que se afilan como cuchillos? ¿luchamos para propagar el “zasca” más sonoro? Infligimos daño y luego nos escudamos en la mayoría sin que un ápice de conciencia haga su aparición estelar. Nos refugiamos tras una pantalla y creemos que estamos en la posesión divina de la verdad sin importarnos el resto.
Este es el caso en el que la diversidad (ya sea sexual o no) aún jode. Sí, habéis leído bien. JO-DE. Obligar a un ser humano a exponerse con el fin de no ser cancelado es ruin. Debería ser algo del pasado, pero parece del futuro. Un dedo acusador que se convierte en acosador y que exige transparencia con el fin de no ser expulsado.
Ahora los buenistas me dirán que para eso está la ley. Más concretamente las nuevas leyes que en todo el mundo se están dado en pro por la diversidad sexual. Pero no es suficiente. El problema no está en las leyes, el problema está en la sociedad.
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