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CARTA DEL DIRECTOR: ¿La bondad enmascarada?

Me gustaría pensar que no. Creer en la bondad pura sin dobleces ni intereses varios puede que sea tarea difícil en este 2025 que está a punto de acabar, pero a veces hay un pequeño gesto o una mirada que me devuelve la fe en una humanidad que se encuentra perdida en likes y consumismo.

 

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Eran las 10 de la mañana del pasado jueves cuando iba paseando por la Gran Vía de Madrid, casi llegando al edificio Metrópoli, cuando un cartel, junto a una persona sin hogar, llamó poderosamente mi atención. En este se podía leer: “Feliz Navidad, mucha salud y muchas gracias”. Me paré en seco. Me sorprendió el mensaje tan básico, pero a la vez tan humano. Sin pedir nada. Ni un mendrugo de pan, ni una moneda, ni tan siquiera una misera suplica por un puesto laboral. Era sincero e iba al corazón de unos transeúntes que no se paran a mirar.

 

Hemos normalizado en las grandes ciudades el tener a los lados de las aceras gente que lleva una vida a cuestas sobre el asfalto, y nos hemos insensibilizado al dolor. Hemos decidido que es más cómodo mirar hacia otro lado. Quizás hacia al escaparate resplandeciente lleno de pasteles. Unos que harían el apaño a aquellos que viven bajo su sombra.

 

Tan solo conseguimos ver la crudeza de sus mensajes y suplicas cuando nos damos de bruces con ellos. Estamos tan anestesiados que nada nos conmueve ni nos mueve un misero músculo de nuestro cuerpo. Por eso mismo, me sorprendí lo quieto que me quedé al pasar al lado de tal mensaje. Me tocó en lo más profundo de mi ser. Ni tan siquiera la canción “I love you, I’m sorry” de Gracie Abrams que estaba sonando en mi playlist consiguieron sacarme del momento de levitación en el que me encontraba. Puede que esté exagerando, pero las lágrimas caían por mi rostro, mientras recuperaba una esperanza que creí perdida hace mucho tiempo. Entendí que era un mensaje de amor sin ninguna contraprestación.

 

Al día siguiente lo comenté con mi grupo de amigas con una ilusión propia de un niño en la festividad de los reyes magos y todas coincidieron que tal cartel era una burda estrategia de marketing para ablandar corazones, ahora que los villancicos y las luces inundan la ciudad. Yo me resistí a creer que hubiera un trasfondo. Quizá es ingenuidad o quizá me resisto a ver dobles intenciones en algo noble. Jamás sabré si aquella persona buscaba algo más con ese mensaje, pero para mí, fue un espejismo en mitad del desierto del egoísmo y el individualismo.

 

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