En palabras de Maximilien Robespierre: “¿Hasta cuándo el furor de los déspotas será llamado justicia y la justicia del pueblo, barbarie o rebelión?”
Bajo esta premisa la rebelión de las mentes se alza como un elemento disruptivo de las conciencias, un mantra a seguir para alcanzar una justicia social que se nos arrebata continuamente. Y es que no paramos de ver cómo el mundo deja de ser mundo a base de bombas y destrucción, Ucrania es un claro ejemplo de ello, pero no es el único. Preguntemos a los sirios o a los afganos que de esto saben un rato.
Claro que eso nos queda muy lejos. A miles y miles de kilómetros. A la plebe nos gusta más alimentarnos de parafernalias que puedan ser mostradas en el papel cuché. Viste más.
Nada mejor que una pelea entre dos machos alfa delante de millones de personas para que el mundo olvidé y relegue a un segundo plano cualquier guerra absurda. Si bien también es violencia verbal la que promulgó Chris Rock a Jada Pinkett Smith, para este emisario la posterior defensa de “príncipe a lomos de un caballo” (guantazo incluido) del tan “combativo” marido, es un acto deplorable que jamás debería ser ni laureado ni excusado. En definitiva, violencia y más violencia.
Y ante eso hay que rebelarse. La justicia social no viene dada por el puñetazo limpio ni por el fuego cruzado. La palabra debe ser lo que permanezca. No podemos dejar que los impulsos o los delirios de grandeza o tan siquiera las luchas de poder armen los cargadores de pistolas metafóricas. Porque esa nunca es la solución. Como bien dice nuestra portada del mes de abril Clara Galle: “Estamos aquí para querernos y para amarnos, pero realmente muchas veces se nos olvida que realmente estamos aquí para eso, porque si no lo hacemos… ¿qué sentido tiene todo?
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