Gucci ha vuelto a la pasarela, pero esta vez sin una cabeza visible que respalde cada uno de los pasos que se han dado look a look.
Pero tampoco ha habido plañideras ni se ha llorado la pérdida de Alessandro Michele. Por primera vez en tres años, Gucci ha vuelto a presentar una colección exclusivamente masculina. Lo ha hecho en un escenario sobrio y con un rocker mood.
En el desfile hemos podido ver que Gucci ha decidido prescindir de las superposiciones y de los estampados llamativos. El estilo tipo Jared Leto y Harry Styles ha muerto. Se ha acabado la era Michele. Lo que permanece son las siluetas setenteras, el brillo y el gender fluid. Minimalismo por doquier.
Esta colección abraza la curiosidad y la espontaneidad de las ideas improvisadas, convirtiéndose en un reflejo natural de las individualidades que encarnan los creativos y artesanos polifacéticos que habitan la maison Gucci.
Las siluetas de sastrería voluminosas y sueltas posibilitan looks improvisados, un sentimiento que se ve reflejado en los trajes con elementos de quita y pon que permiten transformarlos en chalecos y pantalones cortos. La libertad y el atrevimiento de la masculinidad contemporánea dan forma a prendas híbridas –en cuanto a construcción o estilismo– nacidas de la confluencia de fondos de armario históricamente contrastantes: la ropa deportiva inspirada en el archivo de Gucci de los años ochenta evoca códigos dance, mientras que las prendas de motorista rinden homenaje a piezas de archivo de principios de los 2000 o se conjugan con sobretodos arquetípicos. Inspirados en la misma época, los vaqueros desgastados.
Los accesorios, por su parte, ponen el foco en los fulares, los bolsos XL (se presenta una versión sobredimensionada del Jackie o del Dionysus) y el calzado nos vuelve locos.
Lo que está más que claro es que es una nueva era para la marca mientras esperamos quién será el próximo director creativo y porque derroteros irá la marca. En el transcurso, Gucci sigue emocionandonos.