ESTOY HARTO. Lo digo con mayúsculas, por si así se me entiende mejor. Y desde el raso me dirijo a quien quiera escuchar, exasperado viendo como el presente se cierne gris y el futuro se rige por una gama de oscuros.
Perdonen mi negatividad latente, pero es que llevo ya unos cuantos meses parándome a pensar y a mirar por todos lados. No es que antes fuera a ciegas con los oídos tapados, pero es que de un tiempo a esta parte pongo más atención. El ojo crítico está aún más crítico y me he dejado llevar por el mantra de “no tolero la intolerancia”. Puede que sea una paradoja llevada al extremo, pero es que no me pienso poner de perfil ante las injusticias.
Bajo esta premisa he emitido un juicio interno que no pienso omitir. Todos y cada uno de nosotros (servidor incluido) somos machistas, racistas y lgtbifobos. Claro está que los grados se rigen y se digieren en cada uno. Ahí radica la verdadera esencia del ser humano. En hacer una introspectiva propia de aquellos comportamientos cuestionables de cada uno. Y no, no estoy hablando de después acudir a un locutorio de pino para expiar los pecados semanales ante una salvación prometida. Voy más allá. Voy a la reeducación. Al entender que de lo micro se acaba llegando a lo macro.
Por eso mismo, me he cerrado en banda. He desterrado todo aquello que me impide avanzar en ser mejor persona. En ser un alma compasiva, pero que tiene una única mejilla que se ha cansado de ser golpeada. Y ahora vendrán los sabedores y valedores de la certeza absoluta intentando llevarme a un extremo. Relatando una y otra vez el manual del buen algo indeterminado. No paro de preguntarme… ¿cuáles deberían ser las líneas rojas? ¿en qué lado de la historia quiero estar? ¿hay bandos? ¿el poder de la palabra es tan grande? ¿hay gente que merece ser silenciada? Al fin y al cabo, no todas las opiniones son respetables. Estoy harto de esa frase tan manida que dice que “las opiniones hay que respetarlas”. Pues mira, NO. Hay que respetar a todos aquellos que emiten una opinión, pero sus opiniones pueden tener un hedor de lo más rancio que atenta contra la dignidad del semejante. De ahí, que haya decidido que no cedo ni un ápice de los derechos que tanto costaron conseguir a Clara Campoamor, Emilia Pardo Bazán, Bayard Rustin, Virginia Wolf, Karl Heinrich Ulrichs o Martin Luther King Jr. Porque ellos se rebelaron contra las injusticias. Porque crearon un mundo mejor, basado en el progreso, la igualdad y la libertad.
Y entre todas aquellas personas podría estar nuestra Cover Story, Anna Castillo, que sin considerarse una abanderada de ningún colectivo hace saber a través de la palabra sus líneas rojas. No solo lo hizo recientemente en una publicación en Instagram donde denuncio la bifobia en un story diciendo que "Mucho cuidado con la bifobia, que es algo feísimo", también ha alzado la voz en esta preciada entrevista donde en uno de los titulares en bien grande se puede leer que “es un problema que la ultraderecha exista”.
Por eso mismo, me he puesto las gafas de la transparencia para entender que todo es una declaración política y que según te signifiques con los actos y con la palabra, te sitúas en el lado bueno de la historia o en la oscuridad más profunda.
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