Estoy a un tris de bajarme de la vida. Me cuesta cada vez más vivir en la inmediatez y en la instantaneidad que pasa de moda al segundo.
Ya ni siquiera sé, y ando más que perdido, si he hablado de todo esto anteriormente o si de simplemente he hablado de ello con otros compañeros de profesión en alguna de las tantas “convocatorias” en las que nos vemos inmersos. Si fuese la primera opción tampoco me preocupa ya que todo lo que hablé antaño, véase hace un mes, ya es caduco. Han pasado otras 165.765 cosas que lo han relegado al baúl de los “ya no me importa”.
Es tal el “fast” todo que me parece que ha pasado un mundo desde que conocimos en los Grammy 2024 que Taylor Swift va a sacar un nuevo álbum y no han pasado ni 48 horas... Ahora ya estamos en otra. Ayer, la supuesta de agresión de Jacob Elordi copó titulares y nos ha llevado a todos por la calle de la amargura. Hemos pasado preguntarnos si debería ser cancelado o sí por el contrario sigue siendo el nuevo niño bonito de Hollywood. Debatimos insistentemente si su papel en Euphoria ha calado bien hondo y ha cerrado el puño más de la cuenta. De ahí que el planteamiento inicial cobra fuerza y me lleve al eterno debate de siempre. ¿100% cancelado o simplemente hay que dejar que amaine la tormenta y todo vuelva a su sitio? Hemos podido ver ya unos cuantos casos donde la supuesta cancelación se pierde en la inmediatez. ¡Qué se lo digan a Ezra Miller, a Kevin Spacey o a Alexander Wang (el tema del Speak up sigue en el cajón del olvido)! He ahí donde debemos reflexionar y tenemos, como modo imperativo, enarbolar la bandera real del activismo social.
No ruego que seamos la policía de la moral, ni tan siquiera estoy pidiendo a viva voz una quema social o una letra escarlata. Tan solo imploro que no nos perdamos en la fugacidad y en la simplicidad. Porque al final lo que pasa es que pasan tantas cosas que no pasa nada.